Conozco a una persona que es igual que las violetas.
Es una mujer. No sólo guapa, sino preciosa.
Ojos y melena negros, digna de Julio Romero de Torres.
Su aura tiene que ser como las violetas por cómo es ella.
Dicen los que saben de estas cosas que el color violeta en el aura es de gran elevación
espiritual.
Y a mí no me extrañaría nada porque su inmenso corazón no para de sufrir con los que sufren, tanto que sus seres queridos la riñen por sentir tanto por los demás…
Se me ha hecho presente hoy en una carta. Por eso entra en mi vivencia de hoy…
Ella, como la violeta, no se adorna.
Se pone encima un pantalón, una blusa y calza unas zapatillas deportivas.
Y de ponerse falda larga y zapatos altos, dice que no se sentiría ella misma.
Ella es una flor del campo que no se cuida. Ya la cuida el cielo, la lluvia y el sol.
Y no quiere ponerse en primeros planos. Ya hay otras que los desean…
Enseguida se pone a querer a la gente. Como si fuera su profesión. Le sale de dentro.
Nada tiene que forzar ni que esforzarse.
Y, naturalmente, sufre mucho. Sufre por los demás.
Sufre cuando no puede arreglar un conflicto entre personas.
Sufre cuando ha estado dando sin parar y luego no la quieren.
Y no es que busque que la quieran: da sin poner precio.
Pero es que ciertamente es doloroso, cuando has dado tanto, que no te quieran después
Mirar a la cara.
Sabe, pues, de desengaños. Pero no aprende de ellos lo que le dicen que tiene que apren-
der .
A éso su corazón su corazón se niega. Lo quiere ignorar.
Y persiste en seguir queriendo a la gente aunque nadie –o casi nadie, porque hay tam-
bién personas que saben agradecer y querer- se lo agradezca.
Pero ella comprende muchas cosas, más cada vez.
Va sabiendo más del ser humano y es capaz de acogerlo más.
Porque sabe aceptar pase lo que pase.
Porque no sabe devolver ofensas.
Porque no se defiende de sentir.
Porque su corazón se hace más grande y aún le cabe más gente dentro.
Le pasa igual que al Universo que crece constantemente, ampliando más el espacio,
criando más estrellas.
Ella dice que va muy lento. Pero sus emociones son constantes, como un río enorme
y caudaloso, un Nilo o un Amazonas que parece que agrandan el mar…
Y en realidad no sabe cuánta tierra está inundando en los corazones ajenos y en el im-
palpable mundo real que apenas conocemos.
Seguro estoy de que esos seres invisibles lo contemplan. Y de que ella es noticia en la
prensa Universal. La que no habla de política ni de finanzas. Pero sí del valor del corazón.
Me acuerdo de “la perla escondida” de la que habló Jesús.
Y del “jardín secreto” cuya esencia conocen pocos.
Del sembrador que siembra su semilla y ella va creciendo sin que sepa cómo.
De la fuente escondida en la montaña que sólo han visto los que supieron subir muy
alto…
Igual que la violeta que puede nacer en medio del campo
y sembrar su color allí para orgullo de la Luz…