No lo han visto aún quienes aún viven en el mundo viejo del pasado.
No son árboles perennes las palabras, son caducos.
Se les caen las hojas cada otoño, cada otoño del alma.
Cuando nacen bajo efecto de la savia, pueden ser verdes y brillantes.
Puede parecer que la mente iluminan, aunque ellas son el eco último de las ramas, del tronco y las raíces.
Pueden ser esas hojas la palabras.
De pronto una vivencia profunda nos “sobrecogió”, nos tomó en vilo.
Y un eco de palabras en la mente se produjo.
¡Sólo un eco!
Y muy bien pudo ser que nos quedáramos en él como si el eco fuera el auténtico sonido.
En vez de sumergirnos en las ramas, el tronco y las raíces.
En vez de cultivar en consciencia sin palabras la verdadera savia.
Y el otoño llegó de nuestra mente y las hojas cayeron.
Y ya las palabras y las hojas fueron mero recuerdo.
¡Y no da la vida la memoria!. ¡No da el vivir!
No nos dimos entonces cuenta de que, al grabar en la memoria las hojas muertas, las convertimos en piedra.
Y, sin embargo, decidimos seguir viviendo con ellas, en vez de devolverlas a la tierra y que en ella se convirtieran en humus, que murieran de verdad y pudieran entonces dar lugar a nueva vida.
¡El pasado ha de morir en nuestra mente para que pueda engendrar presente!. Y no sólo presente, sino AHORA…
El eterno movimiento que no para.
El instante que es la proyección de la eternidad en el tiempo…
Es preciso revisar lo que hacemos con las palabras.
Es preciso darse cuenta de cuándo se han convertido en hojas muertas y ya han dejado de tener conexión y contacto con nosotros mismos y la vida.
Vieja costumbre ha sido aferrarse a ellas aunque estuvieran muertas y vacías de significado hondo y real.
Costumbre “dogmática”.
¡Como si La Verdad pudiera encerrarse en la palabras!
Como si en ellas pudiera permanecer intemporalmente.
Sin advertir que se convierten en rocas en la memoria y en la mente.
Sin advertir que dan origen a “creencias” que no son la Verdad Viva y actual, sino afirmaciones hechas por ajena autoridad y sin comprobación existencial.
Sin advertir que rigidizan –por ser rocas- y que hacen imposible el progreso.
Sin advertir que se convierten en esquemas vacíos, en vasos que ya no contienen agua fresca.
Sin advertir que quitan la libertad interna al haber dejado de ser pura y plena vivencia.
¡Sin advertir que ya están muertas!.
Ved, amig@s mí@s, que cada otoño y cada invierno hemos de dejar que se suman en la tierra.
Para que en nuestro árbol nazcan hojas nuevas, nuevas palabras.
La palabra dicha, redicha, manoseada, repensada, consagrada, apuntalada, amurallada…¡deja de ser palabra viva!
Y por ello quienes siempre las repiten ¡no están vivos!
Que no es verdad, amig@s, que el pensamiento sea eterno, que él sólo es un proceso material en el cerebro y, como tal, funcional y caduco.
Que sólo sirve para humanizar las condiciones materiales del vivir.
Que no merece ni puede merecer el CULTO que se le ha dado.
Que se ha pretendido convertirlo en algo SAGRADO, y, sin embargo, NO HAY NADA SAGRADO EN EL PENSAMIENTO.
Así –recuerdo- comenzó una charla por la radio un Maestro que ya murió. ¡Y se levantaron muchos en airada protesta!
Porque “creían” (si no lo hubieran creído no se hubieran airado) que el pensamiento es espiritual y eterno y capaz de contener y expresar La Verdad.
Y ved que se “airaron”, se llenaron de ira.
¡Como si la ira estuviera también contenida en La Verdad!
En vez de estar contenida La Verdad en el Amor, en vez de ser La Mirada del Amor…
Y esto que digo, aunque en palabras dicho, no reside ni en ellas ni en el pensamiento. Que solamente señalo (abierta y no dogmáticamente, brumosamente) un camino por el que la mente puede LLEGAR A VER. No a quedarse en las palabras…
Nada, pues, hay sagrado en el pensamiento.
Ni está la vida en él.
Y se puede desprender de las mismas palabras que dicen haberse conservado del Maestro Jesús en su evangelio. “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”, les decía a los fariseos, conservadores profesionales de las palabras e hipócritas en llevarlas a la vida.
Sólo ha de usarse el pensamiento para sus reales fines, no para entrar en el mundo de La Verdad ni lo Sagrado.
¡Si solamente son las palabras mojones de carreteras construídas!…”Por aquí se va al mar…”.
¡Por ahí va esa carretera! Y también se puede ir campo a través…Y sólo se va al mar físico y material, no se va al Mar del alma…
Tal vez, si se dieran cuenta tantos humanos, que con el pensamiento han construido un EXOESQUELETO que les encierra dentro de sí mismos, que les quita la sensibilidad de su carne y su piel, que les quita el contacto con REALIDAD Y VERDAD, con la fluyente vida que todo el tiempo se renueva…tal vez, digo, se podrán decidir a dejar que las palabras mueran y que broten de su mente otras nuevas.
Tal vez así podría desaparecer esa dureza terrible del pensamiento encastillado, de sus rocas pesadas en la memoria, de su falsa sacralidad, de su imposición desmesurada sobre la libertad ajena, de su temor de perder los fundamentos, de su fanatismo muchas veces sólo encubierto, de su violencia interna, de su falta de amor…
Cada tiempo, amig@s, habremos de revisar nuestras palabras para ver si ya están muertas.
Cada decisión seria de la vida ha de ser vuelta a ver para observar dónde se funda.
Cada cambio preciso de nuestro propio ser ha de ser contemplado para que no proceda de palabras caducas.
Porque la vida está en las raíces, en el tronco y en las ramas, no en las hojas que perecen.
Allí donde está lo inexpresable.
Allí donde están LA VIDA Y EL AMOR…