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El hombre se acrece en el campo solitario

26 Abr

El hombre se acrece en el campo solitario…
Paseo por el campo solitario.
Día nublado, ligeramente fresco, aún no lluvioso…
El verdor del campo se acrecienta.
Verde, verde, el infinito verde…
De la hierba a los matojos a las zarzas a la genista a los tallos de las florecillas a los pinos los abetos los chopos los abedules los cerezos los robles los cedros los madroños los acebuches las cercovas las encinas…
Esas encinas increíbles que lo aguantan todo, lo resisten todo, lo horadan todo hasta la roca incluso…
Y otros muchos que no sé nombrar…
Cada uno con su verde diferente.
¡Y mi pobre vista solamente capta unos pocos colores, que el ordenador sabe millones!
Aunque puede ser que los ojos lleguen a ver una hondura que los ordenadores no perciben…
Y viniendo de todas partes, mil cantos de pájaros diferentes.
Caóticos pero armónicos.
Pocos también, menos aún que árboles puedo designar.
Los gorrioncillos, los petirrojos…alguna urraca…el grito de algún halcón…silbidos que parecen producidos por boca humana…el tabaleo del pico de la cigüeña…
Y los reyes del canto de los pájaros, el mirlo y el ruiseñor…Con la música y la dulzura que ellos generan por amor a su pareja…¡Belleza hecha por amor!…
Desordenados, caóticos, instrumentos por nadie dirigidos, espontáneos, naturales …
“Natural” es lo propio de la naturaleza…
Dicen entendidos que la naturaleza sigue la matemática del caos, un orden especial, diferente a las geometrías humanas…
Y así cantan los pájaros…
Y los puedes escuchar sin pensamiento…Lo uso ahora para contároslo…
Encuentro a una persona, un humano, y me detengo a saludarla.
Un ser humano en medio de la soledad del campo es un acontecimiento con significado.
En medio de la ciudad es imperceptible. La masa devora al individuo…
En la soledad del campo se vuelve singular.
El saludo es directo, sin conocerse incluso.
Fluye una corriente de emoción, de reconocimiento del semejante.
Aquí, en la soledad del campo, somos semejantes.
Somos la misma especie, la misma raza…la raza humana, no las subrazas blancas, negras, rojas, amarillas…
La raza humana que siempre habría de ser aceptada por sus miembros por una hermandad esencial.
Esta raza cuyo cerebro asumió un centro para mirar desde él y sentirse cada uno diferente del hermano.
Siendo así que todos sin excepción experimentan las mismas emociones, la misma alegría, la misma tristeza, los mismos deseos y temores, los mismos afectos…
¡Y se empeñan en pensar que son diferentes!…
En la soledad del campo, en el encuentro, no se sabe eso.
El hombre crece.
Cuando en la alta montaña, allí sí que en verdadera soledad, encuentras a otro humano, te sientas con él, sacas cuanto llevas en la mochila y lo compartes con el otro que no conoces, pero sabes que es un humano…
Ambos habéis crecido…
Hasta la altura de lo verdaderamente humano, fuera del alcance del ego, de la rivalidad, de la falsa diferencia…
Y el hombre puede ser “natural”, como parte de la naturaleza, la que llamamos y es madre de la raza de los humanos…
Y ella a su vez es parte de algo mayor que ella…
Y esa parte, lo es de algo aún mayor…
Hasta que puedas sentir que formas parte de un Infinito Todo…

 
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Publicado por en 26 abril, 2011 en Sin categoría

 

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